martes, 29 de agosto de 2017

EL EXPERIMENTO DEL PEQUEÑO ALBERT (1920)



EL EXPERIMENTO DEL PEQUEÑO ALBERT (1920)

La mayoría de las profesiones cuenta con un estereotipo de quien la ejerce, para la psicología la imagen clásica es la de un señor con bigote o barba, será por Freud, un tanto excéntrico, que habla a sus pacientes desde un cómodo sillón orejero mientras fuma en pipa. Su consultorio tiene muebles antiguos, muchos libros y, quizás, algún que otro cráneo; Y aunque por experiencia propia, en la actualidad son las mujeres quienes mayoritariamente estudian esta fascinante carrera, el estereotipo sigue siendo un hombre. No obstante, no es el consultorio el único lugar donde trabaja el profesional de psicología. El señor en cuestión, además de tratar a sus ricos pacientes, realiza extraños experimentos en los sótanos de la universidad.
Sin embargo, ahora que las consultas de los psicólogos están dominadas por muebles blancos de Ikea y jardines zen parece que el tiempo en que se hacían extraños experimentos ha quedado muy lejos pero, aunque a medida que avanzaba el siglo XX  fue cambiando la visión de lo que se podía y no se podía hacer en las investigaciones psicológicas, la regulación deontológica de la profesión no fue completa hasta mediados de los 70. 

Por lo tanto muchos estudios psicológicos relevantes serían imposibles de realizar hoy en día debido a los modernos estándares éticos. Actualmente todos los colegios y asociaciones de psicólogos cuentan con su propio código ético que prohíbe expresamente que las investigaciones psicológicas produzcan en la persona  daños permanentes, irreversibles o innecesarios para la evitación de otros mayores”.  El engaño, habitual en numerosos experimentos, también está regulado, cuando no prohibido en muchas asociaciones.

El experimento del pequeño Albert
A continuación se explicará un experimento, considerado como un gran hito de psicología para la época. Se trata del Experimento del Pequeño Albert
Hasta hace muy pocos años era recurrente en el campo de la psicología la pregunta acerca de su nombre real. ¿De verdad se llamaba Albert? Y si es así, ¿qué fue de él? ¿Cómo ha “evolucionado”? En el año 2008 el puzzle parecía resolverse, pero para los anales de la historia quedará lo que hicieron con el sujeto. Hablamos de una de las “joyas” de la literatura psicológica que tuvo lugar en 1920. La primera demostración empírica de la existencia de mecanismos de condicionamiento de naturaleza psicológica y (casi) inconsciente en el ser humano. Un único “pero”: el experimento tuvo como protagonista a un bebé de tan sólo 11 meses.
La investigación, bajo el título de Conditioned Emotional Reactions, algo así con Reacciones Emocionales Condicionadas. La cual fue alabada en su momento y duramente criticado posteriormente. Little Albert fue obra del psicólogo estadounidense John Broadus Watson y su colaboradora Rosalie Rayner en la Universidad Johns Hopkins y se buscaba una primera demostración seria del condicionamiento clásico más allá de los animales.

Nos referimos al tipo de aprendizaje asociativo iniciado por el fisiólogo ruso Ivan Pavlov, también conocido como aprendizaje por asociaciones (E-R). Pavlov ganaría el Nobel en 1904 por su estudio en la fisiología digestiva. El hombre apreció que a la hora de ponerle comida al perro, este salivaba. De esta forma, cada vez que le ponía comida hacía sonar una campana. Así, cuando el perro escuchaba la campana asociaba el sonido con la comida y posteriormente salivaba. ¿Qué consiguió? Nada menos que la demostración del condicionamiento clásico con un animal, una respuesta del perro (salivar) ante un estímulo (la campana).

Cabe destacar que pasados los años aparece en escena el señor Watson. Y con él se desata una gran controversia. Watson partía de la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto son generalizables a los seres humanos las conclusiones obtenidas con animales? Así que el hombre inicia el intento de demostración del proceso de condicionamiento pavloviano.

Es posible que Watson jamás imaginara que su investigación iba a suponer tal impacto y que a lo largo de la historia fuese un tema recurrente para los estudiantes de psicología. Comenzaba el experimento Little Albert con un bebé que no llegaba al año de vida junto a un actor secundario, una rata blanca.

Preparando las condiciones ambientales para condicionar a Albert
La madre del niño Albert con quien se realizó el experimento era una nodriza en la Harriet Lane Home, una mujer que amamantaba a un lactante que no es su hijo. Estamos ante un empleo que hoy está en desuso en la mayor parte de Occidente pero muy común hasta el siglo XIX con el fin de alimentar a niños cuyas madres no podían o no deseaban hacerlo.

En aquella institución el pequeño Albert pasó gran parte de sus primeros meses. Y fue allí también donde John Broadus Watson y su asistente Rosalie se fijaron en el bebé. Según explicaría más tarde, Albert presentaba una característica que lo hacía único para el experimento que tenía en mente: lo veían como un pequeño falto de emociones y razón. Según el psicólogo, esta ecuanimidad emocional les convenció de que tenían ante sí al sujeto perfecto para las pruebas. Así comenzaría a detallar el experimento:

Watson, con la ayuda de Rayner, quería demostrar que los seres humanos nacemons sin ningún tipo de miedo y que éste los va adquiriendo a raíz de diferentes situaciones que van viviendo. Por tal motivo se tomó al bebé de muy pocos meses y tras comprobar que el pequeño no tenía miedos ‘adquiridos’, intentó crearle diferentes fobias, condicionándolo a que relacionase un determinado animal o situación con algún ruido.

Según describirían en la investigación Watson y su asistente, los objetivos marcados serían los siguientes:

¿Se puede condicionar a un niño para que tenga miedo a un animal que aparece de manera simultánea a un ruido fuerte?

¿Se transferirá tal miedo a otros animales u objetos inanimados?
¿Durante cuánto tiempo persistirá el miedo? En cualquier caso, no lo sabremos hasta que finalice el experimento con Albert.
Así y tras examinar al niño para determinar si existía algún tipo de miedo previo a los objetos que se le iban a presentar (resultado que dio negativo), inició la primera prueba cuando el pequeño tenía 8 meses y 26 días de edad. Watson comienza a martillear en una barra de acero que cuelga detrás de la espalda del bebé. Albert reacciona de inmediato. Según el psicólogo: El niño reacciona con violencia, comprobamos su respiración y sus brazos se elevan de una manera característica. En la segunda fase de estimulación ocurrió lo mismo, y además notamos como los labios comenzaron a arrugarse y a temblar. Tras la tercera estimulación el niño rompió a llorar repentinamente.

Y es justo en este momento cuando Watson puede llevar a cabo la conexión entre el ruido y la ansiedad que tenía por objeto enseñar al niño a temer cosas nuevas.

Llegados a este punto e imaginándo la situación, es posible que preguntarse si Watson no tendría remordimientos. Únicamente un párrafo de los informes de su experimento muestran o delatan sus preocupaciones (quizá remordimientos de conciencia) con respecto a sus acciones, aunque lo cierto es que también se aprecia como mitigan las mismas con la idea de que irremediablemente este miedo le llegaría en el futuro de forma irremediable.

Cuando el bebé alcanza los 11 meses y 4 días llega el momento en el que Watson le enseña a temer a una rata blanca. Tomando al animal de una cesta, lo colocó delante del niño sentado y dejó que la rata corriera libremente. Albert no mostró ningún miedo y comenzó a intentar juguetear con la rata extendiendo su mano. En el instante que Albert la tocó, Watson comenzó a martillear la barra de acero. El bebé dio un salto violento y cayó hacia delante hundiendo la cara sobre el colchón en el que se encontraba. Sin embargo y como apreció Watson, “no lloraba”. Cuando el bebé trató de tocar a la rata por segunda vez, Watson comenzó de nuevo a martillear. El niño comenzó a llorar y, ahora sí, Watson conseguía su propósito. Detienen unos días el experimento.

Un semana más tarde el psicólogo y su asistente reanudan la investigación. Cada vez que Albert tocaba a la rata, Watson respondía con un estruendoso sonido. Este proceso lo repitieron continuamente y entremedias simplemente mostraban a la rata para ver si el pequeño mostraba el condicionamiento.
Ocurrió tras el séptimo intento en el que combinaban rata y sonido. Albert comenzaba a gritar simplemente con ver a la rata. Watson y Rayner habían logrado crear en el niño una asociación entre el miedo a los ruidos fuertes y un nuevo estímulo, en este caso la rata.

Unos días más tarde Watson da un paso más en su experimento. El hombre intenta averiguar si Albert es capaz de transferir ese miedo a la rata a otros animales y objetos. ¿Qué ocurre? Que en efecto el niño ahora exhibe el miedo ante la visión de un conejo, un perro, un abrigo de piel, cabello o una máscara de Santa Claus. En cambio y como apuntó Watson, al niño también se le profirió un cierto control para que no “perdiera el norte”. Por ejemplo con juegos de construcción de bloques, los cuales no suscitaron temor alguno y el niño reaccionaba de manera normal jugando con ellos.

Ocurre que Watson filmó a Albert durante la investigación, lo que acabó popularizando el experimento, hoy convertido en parte del folklore en el campo de la psicología, y con el tiempo, en un relato donde muchas de las versiones son inexactas. Por ejemplo existen varios libros donde se afirma que el psicólogo mostró a Albert un gato, un oso de peluche o incluso un guante de piel blanco, no es verdad. Lo mismo ocurre con las reacciones del pequeño, a menudo generosamente reinterpretadas para adaptarse a teorías particulares. Otros autores describen con detalle cómo Watson “deshizo” todos los miedos condicionados de Albert antes de que terminara el experimento. Tampoco es cierto.

De hecho y según sus escritos, él sabía de antemano el tiempo que disponía para el trabajo y el momento en el que Albert y su madre abandonarían el experimento. Igualmente, Watson era consciente de las posibles consecuencias de sus experimentos. Cuando el psicólogo publicó los resultados escribió lo siguiente:

Estas respuestas en el entorno del hogar es probable que persistan indefinidamente, a menos que surja un método accidental para la eliminación de lo que le ocurrió.

Al poco tiempo de terminar el experimento Watson fue despedido por la universidad. Más tarde escribiría un libro muy popular sobre la educación infantil donde aconsejaba a los padres no dar a sus hijos demasiado amor o atención. Curiosamente y “gracias” a este libro, varias décadas después aparecía en escena el psicólogo Harry Harlow, quién a través de una serie de experimentos largamente criticados por su dudosa moralidad, demostraba a través del estudio con monos Rhesus (sobre el apego) lo equivocado que estaba ante tales afirmaciones.

El estudio de Harlow da para otra entrada pero en el caso de Albert quedaba una duda por resolver. Tras acabar la investigación su rastro se perdió. ¿Quién era realmente y qué fue de él?

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José Pérez Leal
Director de Investigación y Proyectos
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES
Bandura, A. y Walters, R.H. (2002) Aprendizaje Social y desarrollo de la personalidad. Madrid: Alianza.
Kazdin, A.E. (1992) Historia de la Modificación de Conducta. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Miguel Jorge (2016) Little Albert: el salvaje experimento que logró que un bebé de 11 meses temiera a Santa Claus Artículo en línea] disponible en: http://es.gizmodo.com/little-albert-el-salvaje-experimento-que-logro-que-un-1778153282 [Consulta: 2017, agosto, 26]
Pérez Álvarez, M. (1996) La Psicoterapia desde el punto de vista conductista. Madrid: Biblioteca nueva.
Watson, J.B. (1976) El conductismo.  Buenos Aires: Paidós.
-Wolpe, J. (1979)  Práctica de la Terapia de Conducta. México: Trillas.