EL EXPERIMENTO DEL PEQUEÑO ALBERT (1920)
La mayoría de las profesiones
cuenta con un estereotipo de quien la ejerce, para la psicología la imagen
clásica es la de un señor con bigote o barba, será por Freud, un tanto
excéntrico, que habla a sus pacientes desde un cómodo sillón orejero mientras
fuma en pipa. Su consultorio tiene muebles antiguos, muchos libros y, quizás,
algún que otro cráneo; Y aunque por experiencia propia, en la actualidad son
las mujeres quienes mayoritariamente estudian esta fascinante carrera, el
estereotipo sigue siendo un hombre. No obstante, no es el consultorio el único
lugar donde trabaja el profesional de psicología. El señor en cuestión, además
de tratar a sus ricos pacientes, realiza extraños experimentos en los sótanos
de la universidad.
Sin embargo, ahora que las
consultas de los psicólogos están dominadas por muebles blancos de Ikea y jardines
zen parece que el tiempo en que se hacían extraños experimentos ha quedado muy
lejos pero, aunque a medida que avanzaba el siglo XX fue cambiando la visión de lo que se podía y
no se podía hacer en las investigaciones psicológicas, la regulación deontológica
de la profesión no fue completa hasta mediados de los 70.
Por lo tanto muchos estudios
psicológicos relevantes serían imposibles de realizar hoy en día debido a los
modernos estándares éticos. Actualmente todos los colegios y asociaciones de
psicólogos cuentan con su propio código ético que prohíbe expresamente que las
investigaciones psicológicas produzcan en la persona “daños
permanentes, irreversibles o innecesarios para la evitación de otros mayores”. El engaño, habitual en numerosos
experimentos, también está regulado, cuando no prohibido en muchas
asociaciones.
El experimento del pequeño Albert
A continuación se explicará un
experimento, considerado como un gran hito de psicología para la época. Se trata
del Experimento del Pequeño Albert
Hasta hace muy pocos años era
recurrente en el campo de la psicología la pregunta acerca de su nombre real.
¿De verdad se llamaba Albert? Y si es así, ¿qué fue de él? ¿Cómo ha
“evolucionado”? En el año 2008 el puzzle parecía resolverse, pero para los
anales de la historia quedará lo que hicieron con el sujeto. Hablamos de una de
las “joyas” de la literatura psicológica que tuvo lugar en 1920. La primera
demostración empírica de la existencia de mecanismos de condicionamiento de
naturaleza psicológica y (casi) inconsciente en el ser humano. Un único “pero”:
el experimento tuvo como protagonista a un bebé de tan sólo 11 meses.
La investigación, bajo el título de Conditioned Emotional Reactions, algo
así con Reacciones Emocionales Condicionadas. La cual fue alabada en su momento
y duramente criticado posteriormente. Little Albert fue obra del psicólogo estadounidense
John Broadus Watson y su colaboradora Rosalie Rayner en la Universidad Johns
Hopkins y se buscaba una primera demostración seria del condicionamiento
clásico más allá de los animales.
Nos referimos al tipo de
aprendizaje asociativo iniciado por el fisiólogo ruso Ivan Pavlov, también
conocido como aprendizaje por asociaciones (E-R). Pavlov ganaría el Nobel en
1904 por su estudio en la fisiología digestiva. El hombre apreció que a la hora
de ponerle comida al perro, este salivaba. De esta forma, cada vez que le ponía
comida hacía sonar una campana. Así, cuando el perro escuchaba la campana
asociaba el sonido con la comida y posteriormente salivaba. ¿Qué consiguió?
Nada menos que la demostración del condicionamiento clásico con un animal, una
respuesta del perro (salivar) ante un estímulo (la campana).
Cabe destacar que pasados los años
aparece en escena el señor Watson. Y con él se desata una gran controversia.
Watson partía de la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto son generalizables a
los seres humanos las conclusiones obtenidas con animales? Así que el hombre
inicia el intento de demostración del proceso de condicionamiento pavloviano.
Es posible que Watson jamás
imaginara que su investigación iba a suponer tal impacto y que a lo largo de la
historia fuese un tema recurrente para los estudiantes de psicología. Comenzaba
el experimento Little Albert con un
bebé que no llegaba al año de vida junto a un actor secundario, una rata
blanca.
Preparando las condiciones
ambientales para condicionar a Albert
La madre del niño Albert con quien
se realizó el experimento era una nodriza en la Harriet Lane Home, una mujer
que amamantaba a un lactante que no es su hijo. Estamos ante un empleo que hoy
está en desuso en la mayor parte de Occidente pero muy común hasta el siglo XIX
con el fin de alimentar a niños cuyas madres no podían o no deseaban hacerlo.
En aquella institución el pequeño
Albert pasó gran parte de sus primeros meses. Y fue allí también donde John
Broadus Watson y su asistente Rosalie se fijaron en el bebé. Según explicaría
más tarde, Albert presentaba una característica que lo hacía único para el
experimento que tenía en mente: lo veían como un pequeño falto de emociones y
razón. Según el psicólogo, esta ecuanimidad emocional les convenció de que
tenían ante sí al sujeto perfecto para las pruebas. Así comenzaría a detallar
el experimento:
Watson, con la ayuda de Rayner,
quería demostrar que los seres humanos nacemons sin ningún tipo de miedo y que
éste los va adquiriendo a raíz de diferentes situaciones que van viviendo. Por
tal motivo se tomó al bebé de muy pocos meses y tras comprobar que el pequeño
no tenía miedos ‘adquiridos’, intentó crearle diferentes fobias,
condicionándolo a que relacionase un determinado animal o situación con algún
ruido.
Según describirían en la
investigación Watson y su asistente, los objetivos marcados serían los
siguientes:
¿Se puede condicionar a un niño
para que tenga miedo a un animal que aparece de manera simultánea a un ruido
fuerte?
¿Se transferirá tal miedo a otros
animales u objetos inanimados?
¿Durante cuánto tiempo persistirá
el miedo? En cualquier caso, no lo sabremos hasta que finalice el experimento
con Albert.
Así y tras examinar al niño para
determinar si existía algún tipo de miedo previo a los objetos que se le iban a
presentar (resultado que dio negativo), inició la primera prueba cuando el
pequeño tenía 8 meses y 26 días de edad. Watson comienza a martillear en una
barra de acero que cuelga detrás de la espalda del bebé. Albert reacciona de
inmediato. Según el psicólogo: El niño reacciona con violencia, comprobamos su
respiración y sus brazos se elevan de una manera característica. En la segunda
fase de estimulación ocurrió lo mismo, y además notamos como los labios
comenzaron a arrugarse y a temblar. Tras la tercera estimulación el niño rompió
a llorar repentinamente.
Y es justo en este momento cuando
Watson puede llevar a cabo la conexión entre el ruido y la ansiedad que tenía
por objeto enseñar al niño a temer cosas nuevas.
Llegados a este punto e imaginándo
la situación, es posible que preguntarse si Watson no tendría remordimientos.
Únicamente un párrafo de los informes de su experimento muestran o delatan sus
preocupaciones (quizá remordimientos de conciencia) con respecto a sus
acciones, aunque lo cierto es que también se aprecia como mitigan las mismas
con la idea de que irremediablemente este miedo le llegaría en el futuro de
forma irremediable.
Cuando el bebé alcanza los 11
meses y 4 días llega el momento en el que Watson le enseña a temer a una rata
blanca. Tomando al animal de una cesta, lo colocó delante del niño sentado y
dejó que la rata corriera libremente. Albert no mostró ningún miedo y comenzó a
intentar juguetear con la rata extendiendo su mano. En el instante que Albert
la tocó, Watson comenzó a martillear la barra de acero. El bebé dio un salto
violento y cayó hacia delante hundiendo la cara sobre el colchón en el que se
encontraba. Sin embargo y como apreció Watson, “no lloraba”. Cuando el bebé
trató de tocar a la rata por segunda vez, Watson comenzó de nuevo a martillear.
El niño comenzó a llorar y, ahora sí, Watson conseguía su propósito. Detienen
unos días el experimento.
Un semana más tarde el psicólogo y
su asistente reanudan la investigación. Cada vez que Albert tocaba a la rata,
Watson respondía con un estruendoso sonido. Este proceso lo repitieron
continuamente y entremedias simplemente mostraban a la rata para ver si el
pequeño mostraba el condicionamiento.
Ocurrió tras el séptimo intento en
el que combinaban rata y sonido. Albert comenzaba a gritar simplemente con ver
a la rata. Watson y Rayner habían logrado crear en el niño una asociación entre
el miedo a los ruidos fuertes y un nuevo estímulo, en este caso la rata.
Unos días más tarde Watson da un
paso más en su experimento. El hombre intenta averiguar si Albert es capaz de
transferir ese miedo a la rata a otros animales y objetos. ¿Qué ocurre? Que en
efecto el niño ahora exhibe el miedo ante la visión de un conejo, un perro, un
abrigo de piel, cabello o una máscara de Santa Claus. En cambio y como apuntó
Watson, al niño también se le profirió un cierto control para que no “perdiera
el norte”. Por ejemplo con juegos de construcción de bloques, los cuales no
suscitaron temor alguno y el niño reaccionaba de manera normal jugando con
ellos.
Ocurre que Watson filmó a Albert
durante la investigación, lo que acabó popularizando el experimento, hoy
convertido en parte del folklore en el campo de la psicología, y con el tiempo,
en un relato donde muchas de las versiones son inexactas. Por ejemplo existen
varios libros donde se afirma que el psicólogo mostró a Albert un gato, un oso
de peluche o incluso un guante de piel blanco, no es verdad. Lo mismo ocurre
con las reacciones del pequeño, a menudo generosamente reinterpretadas para
adaptarse a teorías particulares. Otros autores describen con detalle cómo
Watson “deshizo” todos los miedos condicionados de Albert antes de que
terminara el experimento. Tampoco es cierto.
De hecho y según sus escritos, él
sabía de antemano el tiempo que disponía para el trabajo y el momento en el que
Albert y su madre abandonarían el experimento. Igualmente, Watson era
consciente de las posibles consecuencias de sus experimentos. Cuando el
psicólogo publicó los resultados escribió lo siguiente:
Estas respuestas en el entorno del hogar es probable que persistan
indefinidamente, a menos que surja un método accidental para la eliminación de
lo que le ocurrió.
Al poco tiempo de terminar el
experimento Watson fue despedido por la universidad. Más tarde escribiría un
libro muy popular sobre la educación infantil donde aconsejaba a los padres no
dar a sus hijos demasiado amor o atención. Curiosamente y “gracias” a este
libro, varias décadas después aparecía en escena el psicólogo Harry Harlow,
quién a través de una serie de experimentos largamente criticados por su dudosa
moralidad, demostraba a través del estudio con monos Rhesus (sobre el apego) lo
equivocado que estaba ante tales afirmaciones.
El estudio de Harlow da para otra
entrada pero en el caso de Albert quedaba una duda por resolver. Tras acabar la
investigación su rastro se perdió. ¿Quién era realmente y qué fue de él?
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José Pérez
Leal
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES
Bandura, A. y
Walters, R.H. (2002) Aprendizaje Social y desarrollo de la personalidad.
Madrid: Alianza.
Kazdin, A.E.
(1992) Historia de la Modificación de Conducta. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Miguel Jorge
(2016) Little Albert: el salvaje experimento que logró que un bebé de 11 meses
temiera a Santa Claus Artículo en línea] disponible en: http://es.gizmodo.com/little-albert-el-salvaje-experimento-que-logro-que-un-1778153282
[Consulta: 2017, agosto, 26]
Pérez Álvarez,
M. (1996) La Psicoterapia desde el punto de vista conductista. Madrid:
Biblioteca nueva.
Watson, J.B.
(1976) El conductismo. Buenos Aires:
Paidós.
-Wolpe, J.
(1979) Práctica de la Terapia de
Conducta. México: Trillas.